La ley también se asusta, se equivoca...miente. Los adolescentes hacen cosas "locas", animan sus vidas a costa de la adrenalina; pero acabar con la historia de una familia, por sospecha, es de esos acontecimientos que no tienen explicación válida, los que nos hacen un país tercermundista. El grafitero, es un reflejo de lo que pasa en las zonas rurales, es el falso positivo de la policía. Que se destape la realidad de los hechos, que paguen los que tengan que pagar. No se debe someter y engañar al pueblo, a través, del poder.
lunes, 26 de septiembre de 2011
martes, 20 de septiembre de 2011
Crónica
http://wilfredojordan.blogspot.com/2008/05/ejemplos-de-crnica.html
3:10pm
En este link, no solo, podemos encontrar varios ejemplos de crónicas cortas sino algunos tips de como debe funcionar la redacción de esta. A disfrutarlo!
Emergencias, una noche de guardia en el Hospital Clínicas
Autor: Álex Ayala Ugarte
Rastros y rostros arman cada día la historia particular de la sala de emergencias, un lugar donde se dan cita la vida y la muerte, en el que la distancia entre una y otra puede ser sólo cuestión de minutos.
Lunes. Diez de la noche. Las paredes amarillas y verdes del Hospital de Clínicas reflejan el trasiego de varios pares de batas blancas. Un grifo que gotea marca con un compás casi fúnebre los silencios. Una ambulancia de la Red 118 de la Alcaldía espera en el parqueo para salir ante cualquier urgencia. Las máquinas de escribir bailan al son del mar de dedos que se les viene encima. La ciudad ya duerme, pero la sala de emergencias está despierta.
Cada noche, todo un mundo abre sus puertas ante la mirada acostumbrada de los doctores. Óscar Romero, jefe de la unidad de emergencias, está de turno. Sus ojos rojos revelan falta de sueño. Una mueca de incredulidad cubre su rostro. El ir y venir de historias es constante. Y él despacha órdenes con la misma seguridad con la que un matarife cercena a su presa. Con todo, este rincón del hospital muestra siempre su propia inercia.
Tres médicos dirigen al equipo cada día: "un cirujano, un internista y un traumatólogo", explica Romero. El grupo lo completan los médicos residentes, un neurocirujano, que igual hace guardia aunque desde su casa, y los internos. Estos últimos trabajan hasta 17 días seguidos y se deslizan por la sala, repleta, como si fueran "zombies".
Instantes de una noche
Los cubículos donde se atiende a los pacientes, cinco, son como pequeños escenarios donde se condensan los instantes que dan vida a la unidad del hospital, en continuo movimiento. Por momentos, ninguno está vacío. En el primero, un borrachito duerme plácidamente con la ayuda de un suero que le ha devuelto el color a sus mejillas. El segundo y el tercero, aún sin gente, presentan cortinas descubiertas. En el cuarto, un señor de la provincia Muñecas, con traumatismos, aguarda sumiso en una camilla a que le coloquen la muñeca en su sitio. Y en el último espera un joven con la cara inflamada. Se durmió con varias copas de más y fue atacado por guardias privados en la zona de la Buenos Aires.
El primero en desfilar hacia la calle es el muchacho. No tiene dinero y promete volver al día siguiente. "La mayor parte no regresa", lamenta el doctor Romero. Ese es el particular infierno de la sala de emergencias, pues los médicos se sienten impotentes cuando los pacientes no tienen con qué cancelar los gastos y sólo pueden autorizar pagos diferidos en los casos más graves, los que se debaten entre la vida y la muerte.
Pese a todo, los insumos no son caros. "Un suero cuesta entre 10 y 12 bolivianos. Una placa de tórax, 53", comenta Gloria Gonzales, más conocida como la "trica tranca". "Cada vez que estoy de turno —explica— llegan tres casos de intoxicación, tres de apuñalamiento, tres traumatismos... y así sucesivamente. Atraigo ambulancias (ríe)".
Dicho y hecho. A las 23.20 se asoma por la puerta el segundo apuñalado de la noche. Es una mujer y los doctores le rodean de inmediato. Tiene en el vientre, adolorido, sangre todavía fresca, y luego de un examen de unos minutos la derivan a otro hospital, pues dispone de un seguro que le cubre en otro centro. "De todos estos casos, así como de los intentos de suicidio, emitimos el parte correspondiente para las fuerzas del orden", dice la doctora Gonzales.
Tras el rojo sonido de la ambulancia, otra vez de salida, viene la calma, pero apenas dura un cuarto de hora, tiempo suficiente para poner al día expedientes en los que vidas anónimas quedan labradas a través de cifras, letras y signos.
La eterna espera
Afuera, el frío vela armas. Familiares de los accidentados, a veces semidescalzos, mujeres de pollera con el bebé cargado en las espaldas y niños con la piel curtida por el duro sol del altiplano, caliente y frío, tratan de descansar en un par de largos bancos verdes. Sobre sus cabezas, un buzón de sugerencias se alza vacío. A su vera, en la sala de espera, un trasnochado policía trata de dar una pequeña cabezadita. La desvelada acaba de comenzar. Y las frazadas son el único consuelo para personas cuyas esperanzas, a menudo, se congelan.
Dentro de la sala de emergencias, mientras, el ronroneo de la máquina de escribir es el marcapasos que mantiene despiertos a los internos. "Yo como únicamente cuando me acuerdo", reconoce una de ellas, que se ve arrastrada por las rutinas del centro". Cuando no hay nada que hacer, un taza de café ayuda a retrasar el sueño. Una televisión está encendida, aunque parece que nadie le presta mucha atención. Y varios cuartos con camas aguardan el descanso, por turno, de los médicos. Los enfermos más graves, entre tanto, duermen en salas a parte, siempre vigilados.
Son las 00.10. Óscar Romero observa sin mucha atención una película en uno de los canales locales y una bocanada de aire gélido anuncia la llegada de una nueva urgencia. Se trata de un clefero que todavía está "volando". Sus rodillas lucen magulladas. Pese a su apariencia de adolescente, confiesa que tiene 21 años. Y da su alias antes que su nombre, Marcos. Ha sido levemente atropellado en la plaza Abaroa y un par de buenos samaritanos lo han recogido, lo han traído y han pagado sus radiografías. Sin embargo, Marcos se niega a ser atendido. Primero conversa con policías. Luego, con los doctores. Y termina saliendo del hospital apenas sosteniéndose. "Va a volver", dice Óscar Romero, pero lo cierto es que se pierde en la gran maraña negra de las calles.
Un trasiego constante
Tras su escapada, el vaivén de gente no termina. En el primer cubículo el borrachito retoza unos segundos y sigue durmiendo. En el tres acaban de internar a una mujer con el brazo cortado a causa de una farra. Le acompaña toda una comitiva de jóvenes, a quienes el efecto del alcohol pareciera que les ha pasado de repente. En el dos, un quejido sordo ahoga el resto de las conversaciones y lamentos. Es una mujer de las laderas que vino con un mal en la vesícula, y se marcha porque no le alcanza para las pruebas. En el cuarto, yace una mujer a la que un muro de adobe se le cayó encima en el altiplano. Y en el quinto, un muchacho escuálido, con tos tosca y cerrada, estira su cuerpo en una camilla con síntomas de padecer una bronquitis.
Cada uno llega al Hospital de Clínicas como puede. Unos lo hacen en ambulancia. Otros, en taxi. Y también hay los que aterrizan en minibús. Y en sólo instantes puede producirse el milagro de la vuelta a la vida o el peregrinaje eterno hacia la muerte. "Todo depende de las condiciones en las que uno se encuentre. A veces, son apenas unos minutos los que marcan la diferencia entre la vida y la muerte", reconoce Romero. "Los días que mayor número de pacientes recibimos —continúa— son los viernes, los sábados y los domingos".
Cuando el reloj marca la una de la mañana, un señor de traje y corbata abandona el hospital. Le sigue el que parece su asistente, enfundado en unos guantes negros y en un traje de buena percha. "Antes, el centro se caracterizaba por ser el hospital de la gente pobre, pero ahora, con la crisis, vienen personas de toda condición".
Ni por ser lunes hay tregua. Pasadas las dos de la mañana, un grupo de cuatro policías, todos de negro, ingresa a la sala de emergencias. "Vinieron por lo del caso de apuñalamiento —informa Gonzales—, pero a falta de la paciente lo que están haciendo es tomar los datos de dos intoxicados, pues se trata de claros intentos de suicidio".
Tras la inesperada visita, el silencio se adueña casi completamente de la sala. Son casi las 4.00. La mayor parte de los médicos duerme. El borrachito, indigente, despierta de su letargo, pide permiso, se acomoda en una camilla en el suelo, se cubre con una frazada y dormita.
Su rostro es parte de los 72 latidos, de las 72 vidas, que cada día como media se encomiendan a los doctores en el Hospital de Clínicas, a unos médicos cuyas caras también cambian cada jornada.
Fuente: http://alexayala.blogspot.com/2007/04/emergencias-una-noche-de-guardia-en-el.html
3:10pm
En este link, no solo, podemos encontrar varios ejemplos de crónicas cortas sino algunos tips de como debe funcionar la redacción de esta. A disfrutarlo!
Autor: Álex Ayala Ugarte
Rastros y rostros arman cada día la historia particular de la sala de emergencias, un lugar donde se dan cita la vida y la muerte, en el que la distancia entre una y otra puede ser sólo cuestión de minutos.
Lunes. Diez de la noche. Las paredes amarillas y verdes del Hospital de Clínicas reflejan el trasiego de varios pares de batas blancas. Un grifo que gotea marca con un compás casi fúnebre los silencios. Una ambulancia de la Red 118 de la Alcaldía espera en el parqueo para salir ante cualquier urgencia. Las máquinas de escribir bailan al son del mar de dedos que se les viene encima. La ciudad ya duerme, pero la sala de emergencias está despierta.
Cada noche, todo un mundo abre sus puertas ante la mirada acostumbrada de los doctores. Óscar Romero, jefe de la unidad de emergencias, está de turno. Sus ojos rojos revelan falta de sueño. Una mueca de incredulidad cubre su rostro. El ir y venir de historias es constante. Y él despacha órdenes con la misma seguridad con la que un matarife cercena a su presa. Con todo, este rincón del hospital muestra siempre su propia inercia.
Tres médicos dirigen al equipo cada día: "un cirujano, un internista y un traumatólogo", explica Romero. El grupo lo completan los médicos residentes, un neurocirujano, que igual hace guardia aunque desde su casa, y los internos. Estos últimos trabajan hasta 17 días seguidos y se deslizan por la sala, repleta, como si fueran "zombies".
Instantes de una noche
Los cubículos donde se atiende a los pacientes, cinco, son como pequeños escenarios donde se condensan los instantes que dan vida a la unidad del hospital, en continuo movimiento. Por momentos, ninguno está vacío. En el primero, un borrachito duerme plácidamente con la ayuda de un suero que le ha devuelto el color a sus mejillas. El segundo y el tercero, aún sin gente, presentan cortinas descubiertas. En el cuarto, un señor de la provincia Muñecas, con traumatismos, aguarda sumiso en una camilla a que le coloquen la muñeca en su sitio. Y en el último espera un joven con la cara inflamada. Se durmió con varias copas de más y fue atacado por guardias privados en la zona de la Buenos Aires.
El primero en desfilar hacia la calle es el muchacho. No tiene dinero y promete volver al día siguiente. "La mayor parte no regresa", lamenta el doctor Romero. Ese es el particular infierno de la sala de emergencias, pues los médicos se sienten impotentes cuando los pacientes no tienen con qué cancelar los gastos y sólo pueden autorizar pagos diferidos en los casos más graves, los que se debaten entre la vida y la muerte.
Pese a todo, los insumos no son caros. "Un suero cuesta entre 10 y 12 bolivianos. Una placa de tórax, 53", comenta Gloria Gonzales, más conocida como la "trica tranca". "Cada vez que estoy de turno —explica— llegan tres casos de intoxicación, tres de apuñalamiento, tres traumatismos... y así sucesivamente. Atraigo ambulancias (ríe)".
Dicho y hecho. A las 23.20 se asoma por la puerta el segundo apuñalado de la noche. Es una mujer y los doctores le rodean de inmediato. Tiene en el vientre, adolorido, sangre todavía fresca, y luego de un examen de unos minutos la derivan a otro hospital, pues dispone de un seguro que le cubre en otro centro. "De todos estos casos, así como de los intentos de suicidio, emitimos el parte correspondiente para las fuerzas del orden", dice la doctora Gonzales.
Tras el rojo sonido de la ambulancia, otra vez de salida, viene la calma, pero apenas dura un cuarto de hora, tiempo suficiente para poner al día expedientes en los que vidas anónimas quedan labradas a través de cifras, letras y signos.
La eterna espera
Afuera, el frío vela armas. Familiares de los accidentados, a veces semidescalzos, mujeres de pollera con el bebé cargado en las espaldas y niños con la piel curtida por el duro sol del altiplano, caliente y frío, tratan de descansar en un par de largos bancos verdes. Sobre sus cabezas, un buzón de sugerencias se alza vacío. A su vera, en la sala de espera, un trasnochado policía trata de dar una pequeña cabezadita. La desvelada acaba de comenzar. Y las frazadas son el único consuelo para personas cuyas esperanzas, a menudo, se congelan.
Dentro de la sala de emergencias, mientras, el ronroneo de la máquina de escribir es el marcapasos que mantiene despiertos a los internos. "Yo como únicamente cuando me acuerdo", reconoce una de ellas, que se ve arrastrada por las rutinas del centro". Cuando no hay nada que hacer, un taza de café ayuda a retrasar el sueño. Una televisión está encendida, aunque parece que nadie le presta mucha atención. Y varios cuartos con camas aguardan el descanso, por turno, de los médicos. Los enfermos más graves, entre tanto, duermen en salas a parte, siempre vigilados.
Son las 00.10. Óscar Romero observa sin mucha atención una película en uno de los canales locales y una bocanada de aire gélido anuncia la llegada de una nueva urgencia. Se trata de un clefero que todavía está "volando". Sus rodillas lucen magulladas. Pese a su apariencia de adolescente, confiesa que tiene 21 años. Y da su alias antes que su nombre, Marcos. Ha sido levemente atropellado en la plaza Abaroa y un par de buenos samaritanos lo han recogido, lo han traído y han pagado sus radiografías. Sin embargo, Marcos se niega a ser atendido. Primero conversa con policías. Luego, con los doctores. Y termina saliendo del hospital apenas sosteniéndose. "Va a volver", dice Óscar Romero, pero lo cierto es que se pierde en la gran maraña negra de las calles.
Un trasiego constante
Tras su escapada, el vaivén de gente no termina. En el primer cubículo el borrachito retoza unos segundos y sigue durmiendo. En el tres acaban de internar a una mujer con el brazo cortado a causa de una farra. Le acompaña toda una comitiva de jóvenes, a quienes el efecto del alcohol pareciera que les ha pasado de repente. En el dos, un quejido sordo ahoga el resto de las conversaciones y lamentos. Es una mujer de las laderas que vino con un mal en la vesícula, y se marcha porque no le alcanza para las pruebas. En el cuarto, yace una mujer a la que un muro de adobe se le cayó encima en el altiplano. Y en el quinto, un muchacho escuálido, con tos tosca y cerrada, estira su cuerpo en una camilla con síntomas de padecer una bronquitis.
Cada uno llega al Hospital de Clínicas como puede. Unos lo hacen en ambulancia. Otros, en taxi. Y también hay los que aterrizan en minibús. Y en sólo instantes puede producirse el milagro de la vuelta a la vida o el peregrinaje eterno hacia la muerte. "Todo depende de las condiciones en las que uno se encuentre. A veces, son apenas unos minutos los que marcan la diferencia entre la vida y la muerte", reconoce Romero. "Los días que mayor número de pacientes recibimos —continúa— son los viernes, los sábados y los domingos".
Cuando el reloj marca la una de la mañana, un señor de traje y corbata abandona el hospital. Le sigue el que parece su asistente, enfundado en unos guantes negros y en un traje de buena percha. "Antes, el centro se caracterizaba por ser el hospital de la gente pobre, pero ahora, con la crisis, vienen personas de toda condición".
Ni por ser lunes hay tregua. Pasadas las dos de la mañana, un grupo de cuatro policías, todos de negro, ingresa a la sala de emergencias. "Vinieron por lo del caso de apuñalamiento —informa Gonzales—, pero a falta de la paciente lo que están haciendo es tomar los datos de dos intoxicados, pues se trata de claros intentos de suicidio".
Tras la inesperada visita, el silencio se adueña casi completamente de la sala. Son casi las 4.00. La mayor parte de los médicos duerme. El borrachito, indigente, despierta de su letargo, pide permiso, se acomoda en una camilla en el suelo, se cubre con una frazada y dormita.
Su rostro es parte de los 72 latidos, de las 72 vidas, que cada día como media se encomiendan a los doctores en el Hospital de Clínicas, a unos médicos cuyas caras también cambian cada jornada.
Fuente: http://alexayala.blogspot.com/2007/04/emergencias-una-noche-de-guardia-en-el.html
Anonymous toma represalias contra la página web del Senado
Siguen las protestas a través de la red. La página del Senado quedó bloqueada, el martes 20 de septiembre de 2011 en la tarde, gracias a el llamado echo en twitter por la organización Anonymous Colombia. La "rebeldía" contagia cualquier sistema creado por el hombre...Ya quedó en el pasado tirar papa bomba y piedra, ya entendimos que el poder está en la información. Como es posible que pretendan subsidiar la gasolina de personas que ganan muchos millones de pesos, salidos de nuestro bolsillito. Formas de expresión con trasfondo pesado y lleno de injusticia.
martes, 13 de septiembre de 2011
lunes, 12 de septiembre de 2011
Neuromárketing: entender tu cerebro para hacerte comprar más
Entender el cerebro debe ser una tarea muy difícil. El consumismo invadió nuestras vidas hace alrededor de una década y ahora se toman el trabajo de estudiar como funciona el órgano que controla absolutamente todo nuestro cuerpo, con el fin de aumentar nuestras compras y volvernos más impulsivos cuando recorremos un centro comercial. Los centros comerciales son una recarga de información cognitiva que nos hace olvidar el mapa de estos, perdernos es la meta de aquellos arquitectos que estudian el neuromarketing y se asesoran; logrando una navegación exploratoria y detonar el comprador compulsivo que todos llevamos dentro. Es probable que sea cierto como también puede ser mentira, es bueno comprar pero no sobreactuarse en el hecho; podemos excusarnos en que es una terapia, pero pagar el extracto de la tarjeta de crédito, realmente, puede dejarnos de terapia. Pensemos y seamos un poco más racionales frente al consumismo, nosotros tenemos el poder de escoger...no nos dejemos envolver.
martes, 6 de septiembre de 2011
Se desenreda aprobación de ley contra discriminación
Por fin avanza la aprobación de la ley que logra dar cárcel a cualquier persona que predique o aplique cualquier comportamiento neonazi o discriminatorio. Somos un país avanzado en muchas cosas pero nos hacía falta dar pie al castigo de esas personas que se pegan a el derecho de la libertad de expresión, para limitar la libertad de los otros. El trabajo que viene es fuerte pues en la redacción hay varias partes por mejorar, ser claros y detallados es un punto importante, para que se apruebe en su totalidad frente a la cámara y el senado. Ha apoyar está ley que favorece a las minorías, que se convirtieron en pequeñas mayorías.
CRÓNICA
La crónica es una información interpretada sobre hechos actuales donde se narra un suceso pasado que se relaciona con uno actual; en otras palabras, maneja y juega con el tiempo.
Su estilo está determinado por quien la escribe, razón por la cual, en ella, se permiten los juicios de éste, así como un manejo libre del lenguaje, puesto que una crónica puede ser narrativa, descriptiva o literaria; además, el sujeto que narra la historia puede bien estar implícito o explícito. Su extensión puede variar, ya que depende del enfoque que le dé el escritor y de la cantidad de hechos a los que recurra para poder llevarla a feliz término. Sus fuentes, por lo general, son directas; es decir, recurre a las personas o entidades que presenciaron los hechos, pero, y por encima de todo, a sus protagonistas.
De lo anterior se puede colegir que, en la crónica, una cuestión primordial en su elaboración es la etapa de investigación previa a su escritura, etapa que, generalmente, es exhaustiva y minuciosa, lo que hace que este género logre ser, en la mayoría de los casos, profundo y analítico.
La crónica periodística tiene casi las mismas características que el reportaje, su diferencia con éste radica en que, en el caso de la crónica, el periodista o el autor hace un énfasis especial en su versión particular y subjetiva de los hechos que narra, y es por ello que la crónica está muy ligada con la literatura, no sólo por su extensión sino por la manera como está escrita. Grandes escritores colombianos como Gabriel García Márquez y Germán Castro Caycedo empezaron su carrera siendo periodistas y utilizando este género como su principal forma de expresión (tal es el caso de |Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)