Por Alexandra Burbano Abosaid
Salir a las calles para cualquier persona con una inclinación sexual diferente, es extraño. Mil ojos atraviesan su vulnerabilidad para señalar con ese fuerte criterio que nos vende la moral, la doble moral. La ciudad está llena de colores y también de mentes cerradas que juzgan sin entender otra realidad.
Daniel Toro, homosexual de 24 años, perteneciente a una familia estrato 6; su rostro de tez morena y grandes ojos, refleja la sencillez que le caracteriza. Su altura no es la más sobresaliente, aunque logró graduarse por lo alto y con honores de la Fundación autónoma de las Américas, como arquitecto. Antes de terminar su carrera tenía un trabajo estable y relacionado con sus estudios, además de su carro y apartaestudio propio. Su vida cambió completamente el 30 de julio de 2010, cuando desprevenidamente invitó a su apartamento a un hombre que había conocido aproximadamente dos meses atrás en el bar que frecuentaba. Tenía la apariencia de un niño de 18 años y llegó con uno de 16; después de tomarse unas cervezas y darles de comer, entró al baño para cambiarse sus jeans húmedos, por el intenso invierno que vivía Medellín. Afuera subieron el volumen de la música, abrieron y cerraron la puerta, para esperar que saliera del baño. Al salir lo empujaron y apuñalaron en la espalda, cuello y manos; el puñal media 22cm y se clavó en su cuerpo 18 veces. No se explica como sobrevivió. Después de estar cinco días en coma, en el Hospital Pablo Tobón Uribe; volvió a vivir para encontrarse con su vida destruida. Empezaron las amenazas, el miedo a recorrer las calles como antes lo hacía. “La vida me cambió 180 grados pues me tocó vender el apartamento, renunciar a mi trabajo y salir del país. Estos desgraciados me querían matar, no simplemente robar […] la fiscalía misma, me recomendó salir un periodo de tiempo y alejarme de todo esto. Gracias a dios estoy con vida y con una segunda oportunidad.” Dice con melancolía Daniel, quién con suspiros recuerda su vida en Colombia.
Cristian Zárate*, es una de las pocas Drag Queens que habitan la ciudad de la eterna primavera, es gay y se viste de mujer extravagante desde los 13 años. No quiere tener tetas, sólo quiere que lo vean como la diva que utiliza el cuerpo de un hombre para llamar la atención. Es un tabú para la sociedad moralista pero, cada vez que se para en una tarima a bailar con la ropa que él mismo confecciona, siente que su real esencia emerge de sus poros para tocar el olfato de todos los que no están de acuerdo con su estilo de vida. “El rechazo lo vivo en todos los ámbitos menos en el profesional; estudio diseño de modas. Mi pareja sabe pero no le gusta verme ni que hable de mis maravillosas ganas de vestirme como drag. Para mi es un arte desde el maquillaje hasta los tacones.” Comenta Cristian con sus ojos bizcos y su personalidad de caucho que permite que reboten todos los comentarios que intentan hacerlo sentir como el “bicho raro” de la sociedad en que se desenvuelve. “En varias rumbas me han gritado “quémenla”, “mátenla” pero yo en mi cuento”. Es orgullosamente gay y orgullosamente Drag Queen, como reina de la noche siempre llama la atención de quien lo ve. Su secreto es dejar que los homofóbicos gays se retuerzan solos al verla, mientras ella hace lo que más le gusta hacer, bailar.
Blanca Urrego*, investigadora judicial de 26 años, actualmente trabaja en Bancolombia. Toda su familia sabe de su condición sexual y la apoyan, su madre escucha sus tristezas, amores y dramas sin poner el dedo índice en alto para hacerla sentir diferente. “El rechazo laboral a cambiado mucho a través de los años, hemos mejorado del cielo a la tierra, peor no me explico cómo grandes entidades de salud todavía tienen nuestra condición sexual, como una conducta de alto riesgo”. Hace unos meses, Blanca, encontró un puesto de donación de sangre en el centro de Medellín, y sin pensarlo fue a regalar una parte de ella para alguien que la necesitara más. Al llenar el formulario fue sincera, poniéndose la soga en el cuello sin notarlo; cuando pasó a la valoración médica fue rechazada por haber tenido relaciones con una persona de su mismo sexo. La explicación de la doctora fue simple: “No importa que tengas una pareja estable hace tres años, puedes tener una bacteria y no lo has notado”. Indignada, Blanca salió del puesto para prometerse que la próxima vez se limitaría a mentir en el formulario. “Existe una promiscuidad moralista en las personas heterosexuales, muy pocos son serios en cuanto a la fidelidad y los que llevamos el bulto somos nosotros, así funciona nuestra cerrada sociedad Colombiana”.
¿Cómo funciona?
En Medellín, una ciudad avanzada en muchos ámbitos pero retrograda en muchos otros, es cuna de la homofobia, una enfermedad psico-social. Esta se define por el
odio a los homosexuales y pertenece al mismo grupo de otras enfermedades parecidas como el racismo, la xenofobia o el machismo. Este grupo de enfermedades se conoce con el nombre genérico de fascismo, y se fundamenta en el odio al otro con valores particulares y extraños, amenazadores para la sociedad, y –lo que es peor- contagiosos.
Somos seres que nos caracterizamos por ser lo que vemos y lo que oímos; “desde niños están formando muchas partes importantes de nuestra personalidad, sexualidad y sociabilidad” dice César Serna, Médico Cirujano especialista en desarrollo familiar radicado en Santiago de Chile. Esta aversión, como él explica, es un legado a través de generaciones; de padre a hijo pasa el ilimitado odio, además de una gran variedad de palabras despectivas que invocan la atracción por el mismo sexo, el transgenerismo y el gusto por prendas femeninas. El rechazo laboral, agresión física e incluso el abandono familiar, son algunas de las prácticas que, actualmente, son llevadas a cabo por una gran parte de la sociedad.
Los skinheads o cabezas rapadas, es una de las tribus urbanas más intolerantes y violentas que habitan en nuestro país, son los fascistas del nuevo milenio; odian a cualquier persona que, según ellos, no sean puros, entre estos la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas (LGBT). “Ha sido una lucha constante para convencer que denuncien el maltrato ejercido por diferentes grupos, el miedo es más poderoso que cualquier sentimiento de justicia” dice Marcela Sánchez, directora de la organización Colombia Diversa.
Posturas morales vs protestas formales
La Iglesia Católica, se ha visto obligada a través de su historia, a disfrazar la homofobia que la ha caracterizado. Como institución siempre ha predicado que el matrimonio y la sexualidad están hechos netamente para procrear; por eso condenan la masturbación, los actos homosexuales, el adulterio y los métodos anticonceptivos. Sin embargo, deben enfrentar el contraste de sus fuertes valores con los constantes escándalos de pedofilia, llevados a cabo por miembros de su cuerpo doctrinal. Este tema ha sido motivo de muchas discusiones en los últimos años; algunas víctimas han denunciado su situación, destapando acontecimientos que han sucedido desde tiempos de antaño.
La homosexualidad reprimida ha sido motivo de estudio y relacionado con la tradición religiosa judeo-cristiana, quiénes han asociado el sexo con el pecado y su consiguiente sentido de culpa; la institución familiar y la procreación de hijos, como única justificación ,y el rechazo de todo lo que no sea sexualidad genital y heterosexual. Recientemente, el monseñor Juan Vicente Córdoba señaló que “Colombia es de los poquitos casos donde no ha habido gravedad en esto”, además de afirmar que deben aplicar la legislación vigente, o sea la expulsión de la Iglesia Católica Colombiana, a los sacerdotes vinculados a casos de pedofilia. Esta declaración fue la respuesta al proceso por el delito de pedofilia de “cinco o seis sacerdotes” expulsados de la iglesia. Sus cifras no son claras y han puesto, por encima de sus declaraciones, la opinión de injusticia referente a todos los hechos denunciados, además de su desacuerdo con las conductas homosexuales.
En Colombia la lucha ha sido ardua por las cerradas mentalidades de una sociedad tercermundista. Varias ONGS, entre esas Colombia Diversa y Women’s link World Wide (WLWW), han luchado a “capa y espada” ´por hacer válido, para homosexuales, el derecho humano universal de la libre expresión. A mediados del 2010 fue demandado el artículo 113 del código civil, donde se desconocen los derechos fundamentales de los homosexuales a unirse en pareja y a integrar una familia con las garantías jurídicas del matrimonio. Ante estos reclamos, la Iglesia se ha hecho presente a través de documentos y representantes d ela Conferencia Episcopal, como el monseñor Córdoba, quién dijo en su concepto a los magistrados, que permitir el matrimonio entre parejas del mismo sexo “alteraría el orden social y crearía un ambiente proclive a la homosexualidad”. En el documento enviado al tribunal sobre la demanda que pretende tumbar la definición de matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer, expresan que “en un ambiente donde la homosexualidad se tolere, pero no se proponga, disminuye el número de homosexuales”; disparando la inconformidad de este grupo marginado por las leyes.
La abogada Andrea Parra, de WLWW, expresa que “la posición dogmática de la Iglesia, aunque respetable, no puede ser la de todo un país ni convertirles en ley o en el pensamiento oficial” califica de “peligrosas” las afirmaciones de monseñor Córdoba. En cuanto a Colombia Diversa, su directora asegura que el concepto de la Conferencia Episcopal carece de fundamento científico y legal: “atenta contra nuestra dignidad, llama al contrasentido de tolerar sin reconocer al otro, compara la homosexualidad con un delito y nos considera peligrosos” dice Sánchez.
Una lentejuela de reeducación
Las batallas se perderán y la guerra apenas empieza, cambiar la mentalidad de toda una sociedad, es una labor que requiere destreza, inteligencia y sólo deja agotamiento y pocos resultados. Este legado, que se ha prolongado por décadas nos transporta por momentos al oscurantismo de la edad media, que puede iluminarse con pequeños haces de luces que tengan como título “nueva educación”. Enseñanzas basadas en la tolerancia y el respeto real, todas esas ovejas, no negras sino rosadas, podrán vivir sintiéndose parte de una sociedad legal y justa. La guía para educadores, realizada por la Amnistía Internacional, sobre derechos humanos y diversidad afectivo-sexual, entre muchas propuestas para la educación, dice que “una acción bastante sencilla y eficaz es colocar un cartel con información sobre organizaciones que trabajan estos temas en zonas clave de acceso para el alumnado, como el comedor o la cafetería, en el laboratorio, en los pasillos… Esto tendría un doble impacto: proporcionar una salida a jóvenes con dudas, sin tener que pasar por un adulto, (con lo cual estamos ayudando a quienes tienen problemas de autoestima y que no se sienten con fuerzas para pedir esta información al profesorado u orientador) y suscitar el diálogo sobre estas cuestiones sin imponerlo, pues la mera presencia de estos carteles generará comentarios entre el alumnado, e incluso entre el profesorado de la institución.”
No solo a los infantes también a los adultos se les debe demostrar, que no importa cuántas piedras semipreciosas tenga un vestido, o cuantas plumas vuelen cuando de hablar se trata; simplemente la convivencia debe estar basada en la igualdad y el respeto, además de no ocultar lo que se desconoce convirtiéndolo en una bomba de tiempo disfrazada de tabú social. Los homosexuales pertenecen, pertenecieron y pertenecerán a nuestra sociedad; que formen parte de esta, está en las manos del resto.
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